Sabes que algo va mal cuando nada a tu alrededor te afecta,
cuando estás tú y tu mundo, esa burbuja que te tiene atormentada día y noche,
esa mochila que llevas cada día a cuestas, dónde creías que habías vaciado de
miedos e inseguridades y de repente pesa más que nunca. Sabes que algo va mal
cuando se te eriza la piel con sentimientos que te hacen sentir tan vacía como
cuando creíste que no podías estar más abajo. Y sabes que algo va mal cuando
estas pidiendo auxilio a voces y nadie te oye, cuando te das cuenta que eres
invisible, que nadie te ve, que a nadie le importan los fantasmas que te
aterrorizan, que el brillo de tus ojos no es emoción, sino la cantidad de
sentimientos que guardas y que necesitan salir. Cuando sonríes por obligación,
cuando vas dónde debes ir y dejas de expresar tus verdades mas intimas. Y algo
iba mal, algo estaba yendo demasiado mal. Nunca debí abrirme sin cerrar
heridas, pero mucho menos permitir que esas heridas se hicieran más grandes, es
irónico que lo diga ahora, cuando hace unos meses pensaba que estaban
cicatrizando mis heridas mágicamente. Sabes que algo va mal cuando empiezas a
mentirte a tí misma, cuando empiezas a justificar conductas totalmente
inapropiadas para alguien que habla de amor. Pero no sabía que iba mal, me
equivoque pensando en que todo iba bien, que ciertas cosas eran normales, que
la culpa era mía por estar tan dañada emocionalmente. Me creí culpable por
quererte demasiado, por necesitarte cada día de mi vida, porque pensaba que la
gente que se quiere intenta estar cerca de la otra todo lo posible. Me sentí
culpable por tener miedo de perder lo que teníamos, me culpé de ser demasiado
atenta, demasiado detallista y demasiado sensible. Que en la relaciones de hoy
en día no se puede querer demasiado, ni se pueden pedir muestras de cariño
cuando se está lejos, porque todos debemos ser fuertes y no sentir esas ganas
de abrazar a la persona que no ves, que no está permitido querer tanto porque
agobia y está prohibido decir lo que se piensa porque es egoísta. Que os da
miedo querer tanto que os vayan a hacer daño, y sí querer puede doler, quién
bien te quiere no te hace llorar, no te hace sufrir y no te hace pensar que
todos tus comportamientos son rabietas y llantos de niña consentida y
caprichosa.
Lo más terrible de todo es que me quería sentir querida, que
necesitaba ese afecto, necesitaba volver a sentir la adrenalina del querer
tanto a alguien que te lleva tan alto que la sensación de caída es
indescriptiblemente aterradora, necesitaba sentirme importante para alguien,
que alguien me cuidara, cuando ni siquiera yo sabía cuidarme. Necesitaba que
alguien me mirara por dentro y me viera que era maravillosa con todos esos
defectos, quería que alguien me abrazara cuando los fantasmas del pasado me
hicieran sentir que nada valía la pena, necesitaba ser alguien, dejar de ser
invisible, volver a ser la persona alegre que tanto echaba de menos. Y me
enganche a la sensación del principio, me enganchaba que alguien me mirara y me
viera, que pudiera sentirme atractiva e interesante, que le gustaba mi forma de
ser, que me hacía reír, me divertía, me daba energía para cada día pero tan
rápido como apareció esa sensación nada volvió a ser igual.
Me engañé, me engañé pero mucho, porque yo veía que las
cosas podrían salir mal, tenía esa sensación que se agarra al pecho y que nunca
se equivoca, pero la ignoré, me hice la valiente. Pensé que eran problemas míos
por lo que había vivido y que eso no me quería dejar avanzar, pero a la larga
había más y más cosas que me preocupaban, que me hacían sufrir. Intentaba
ocultar mis sentimientos, mi dolor por esas cosas que él pensaba que eran
ridículas, todo tapado sobre la capa de mis tormentos del pasado. Todos
nuestros problemas eran mis problemas, mis taras y mi incapacidad de seguir
hacia delante.
Me convertí en el problema, y ahora no sé cómo salir de él. Nadie
se quedará a ayudarme, a verme renacer de nuevo, porque sigo estando tan sola
como al principio, porque nadie conocerá nunca todo el daño que llevo dentro.